El enorme edificio se extendía ante mi como un obelisco de titánicas dimensiones, irreducible testigo del tiempo y la decadencia. Como un recuerdo abandonado, pero que se niega a ser olvidado del todo, el blanco impoluto era ahora tan sólo un roce blanquecino bañado por una oleada de grises de distinta variación, fruto de la suciedad-Bueno, parece un buen sitio-solté una pequeña risilla ante la idea de lo distintos que eran mis gustos comparados con los del resto de la gente (algo que me tomaba orgullosamente como un halago)-Además, no es noche cerrada, pero hace suficiente oscuridad como para estar agusto-lentamente, fui repasando el plan: debía aniquilar a Edmund Gilzzert, un pez gordo que tenía comprada a una considerable parte de la mafia que infestaba la ciudad desde los suburbios. No me cuestioné si ese hombre merecía lo que iba a pasarle (siempre he dicho que el bien y el mal es relativo y que no siempre se conocen bien los motivos que impulsan a una persona a actuar de una forma determinada), de hecho, tampoco me molesté en darle vueltas a si la información que me habían facilitado era totalmente cierta. Sólo sabía que mi sed de sangre sería saciada... muy pronto. La víctima en teoría se enc ontraba en la parte más alta del edificio, pero éste no iba a estar desalojado, tenía que tener cuidado. Con cuidada sutileza, me teletransporté hasta dentro del edificio, haciéndome incorpóreo nada más hallarme dentro, consiguiendo pillar por sorpresa a dos mercenarios de marcado origen oriental que luchaban contra una joven cuya baza se basaba en una virtuosas garras-Bien, empecemos-sonreí, rozando levemente con mis dedos la pequeña daga que guardaba en mi bolsillo para concentrarme en ella y usarla como foco, para cuando pudieron percatarse bien de mi presencia, muchos afilados anillos de metal giraban a mi alrededor en todas direcciones, dispuestos a protegerme de cualquier ataque directo. Una vez hecho esto, embestí a un enemigo, cortándolo en rodajas-